Cuenta la historia de un pueblo donde muchos de sus habitantes, que por alguna extraña circunstancia, estaban todos los días con una actitud muy borde y negativa, con cara de pocos amigos, que nadie del entorno de esa gente que transmitían mal rollo no sabían a qué se debía.
Aquello solo podía tener una simple explicación, pues hubo un tiempo determinado que perdieron el espíritu navideño y desde entonces estarían contra todo y todos los que les rodean, encerrados en una negatividad constante.
De repente, toda aquella actitud negativa cambió radicalmente. Dicho milagro se produjo en una noche de invierno donde apenas se presenciaba ninguna estrella en la inmensidad del firmamento de aquel cielo oscuro y sobrio.
Una única luz que desde lo alto de aquellas rocosas montañas iluminaba todo aquel pueblo, con toda su mágica belleza y esplendor que dejó a sus habitantes y transeúntes asombrados pues no tardó en surgir efecto esa mágica luminosidad.
A los mayores del lugar les llegaba la nostalgia de aquellos recuerdos de las navidades de sus infancias. A los pequeños se les reflejaba en la mirada las ilusiones que compartirían con los amigos y, los adultos empezarían a sentir al niño o niña que llevan dentro.
De esta manera, al fin comprendieron que todo aquel pesimismo y negativismo que se apoderó de ellos no iba a ninguna parte. En sus rostros se reflejaban la alegría, felicidad, buenos deseos, la armonía de los unos con los otros, pero sobre todo la imperiosa necesidad de ayudar a todo aquel que lo necesitara.
Todavía sucedería algo más extraordinario y a la vez mágico ya que empezaría a nevar por aquellas calles en la que los presentes disfrutarán de la nieve como niños.
De esta manera aquel pueblo vuelve a recuperar el espíritu navideño, y muchos de ellos recordarán con nostalgia y emoción aquella noche que se les apareció en medio de la más plena oscuridad la estrella de la Navidad.